sábado, 3 de octubre de 2009

Nuestro último día en El Cairo

Al día siguiente nos levantamos algo tarde y nos fuimos a buscar la estación de autobuses. En el hostal, nos dieron unas indicaciones que parecían más o menos claras, pero a la hora de ponerlas en práctica resultó bastante más complicado de lo que parecía. Estuvimos yendo de aquí para allá siguiendo las indicaciones de la gente de la calle. Era como si nadie conociese la estación. Tras bastante caminar bajo el sol llegamos a la maldita estación. Era un edificio moderno, muy grande, con un potente aire acondicionado. Entramos y decidimos quedarnos un rato a tomar un té y respirar un poco de tranquilidad alejados del bullicioso ruido. Al cabo de un tiempo preguntamos por los horarios de los autobuses hacia el Sinaí. En principio queríamos ir dirección al monasterio de Santa Catalina pero los horarios no cuadraban. Al final nos decidimos por irnos esa misma noche en bus hasta Dahab, una tranquila ciudad en la costa del mar Rojo, pasaríamos la noche en el bus pero por lo menos ganábamos un poco de tiempo para poder relajarnos en la playa al día siguiente.

El día lo empleamos en patearnos la ciudad. Después de volver al hotel y decir a la gente de recepción que no nos quedaríamos otra noche, hicimos las maletas, las dejamos en recepción y nos marchamos en el metro hasta el barrio Copto. Visitamos unas iglesias y después tomamos un taxi hasta el barrio musulmán en lo alto de la ciudad. La ciudadela estaba cerrada así que fuimos bajando hasta el zoco tranquilamente. Primero pasamos por una gran mezquita. Nos metimos en ella mientras daban el rezo de la tarde. Fue un remanso de paz y tranquilidad en medio del caos. La gente se quedaba rezando o conversando de pié, sentados o de rodillas o incluso tumbados. Cada cual hacía lo que le apetecía en cada momento, sin ningún tipo de imposición y con una libertad total.
Después nos dirigimos hacía la zona comercial del viejo zoco. Eduardo, tras regatear algo se compró un magnífico reloj de “marca” Bulgari que dejó de funcionar al cabo de treinta segundos ( todavía lleva el reloj, después de una semana en un intento desesperado por que de forma maravillosa vuelva a funcionar)

Nos metimos en las callejuelas laberínticas del bazar y dimos a parar con un rincón muy agradable en el que vendían comida rápida egipcia en la calle. Compramos un poco de pasta y nos sentamos en la tetería del fondo del callejón, pedimos un par de tes y se nos fue acercando gente para hablarnos, aunque sin mucha idea de inglés.

Vimos a gente jugando al dominó y nos picó la curiosidad, pedimos otro juego y nos pusimos en marcha, sin acordarnos muy bien de las reglas. Inmediatamente se nos acercó un egipcio llamado Tito que nos enseño como jugaban allí. Echamos una partida y lo machacamos miserablemente. ( Edu: tengo que reconocer que el que resultó ser un campeón del dominó fue Diego … ). Después de intercambiar teléfonos, invitarnos a otro té y un rato de conversación, nos fuimos de ese lugar lleno de gatos hacia nuestro hotel para recoger las mochilas y dirigirnos hacia la estación de autobuses.




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